viernes, 19 de febrero de 2016

Parque Lezama, entre las glorias pasadas y el abandono actual

Es una de las dos barrancas naturales que aún conserva la ciudad.

Algunos historiadores sostienen que en ellas fue establecido el primer asentamiento que tuvo Buenos Aires, en 1536, por Don Pedro de Mendoza.

Fue originalmente lugar de concentración de esclavos de la Real Compañía de Filipinas.
El predio tuvo varios dueños: Daniel Mackinlay y su mujer Ana Lindo, Carlos Ridgley Horne, acaudalado norteamericano casado con una argentina, hermana del general Lavalle. Horne anexó varios terrenos e hizo construir una nueva mansión sobre la calle Defensa. Luego compra la residencia el salteño José Gregorio de Lezama, casado con doña Angela de Alzaga. Lezama también anexa un terreno vecino extendiendo la propiedad hasta la calle Brasil. Contrató en Europa un especialista en el trazado de parques y consiguió poseer el parque privado más hermoso de Buenos Aires. Amplió y mejoró la mansión de dos pisos rematados por un alto mirador, los salones de la residencia fueron decorados por el artista uruguayo León Pellejó.

Su viuda lo cedió a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en 1894 por una suma irrisoria, a condición de que fuera un parque público y llevara el nombre de su marido.

Desde 1897 funciona en la mansión el Museo Histórico Nacional (Defensa 1600).
En la actualidad, el parque Lezama tiene una extensión de 80.000 m² y esconde entre su follaje artísticas esculturas y monumentos como "Pedro de Mendoza" de Carlos Oliva Navarro (Brasil y Defensa) y el monumento "A La Cordialidad Internacional " de Julio Villamajó y Antonio Pena (Martín García casi esquina Defensa), entre otros.

Entrar al Parque Lezama, es adentrarse en un lugar apasionante. La riqueza y variedad de flores, plantas, esculturas, monumentos y otras construcciones lo transformaron en uno de los lugares más atractivos. Para una corriente de historiadores es el lugar dónde se realizó la Primera Fundación de la Ciudad, cuando en 1536 Mendoza llegó a estas tierras.

Antes era tierra y río. En algún tiempo, al pie de su barranca corría una desembocadura del Riachuelo en la que estuvo el primitivo puerto. A principios del siglo pasado sus terrenos fueron vendidos, transformándose en una lujosa residencia embellecida con árboles y plantas procedentes de todo el mundo. Se construyeron senderos, caminos y se edificó el suntuoso edificio de estilo italiano, con una galería exterior, una alta torre mirador, hornacinas, estatuas, macetones de mármol y hasta se hizo un pasadizo secreto en donde ahora se encuentra el Museo Histórico Nacional.

En 1857, la quinta fue adquirida por Gregorio José Lezama, quien terminó de parquizarla, aumentó sus flores, introdujo plantas exóticas y árboles. Desde el mirador, las familias patricias podían contemplar un bellísimo paisaje: el río en toda su amplitud, el barrio nuevo de La Boca con sus pintorescas casas de madera, las grandes quintas situadas sobre Barracas al Norte o la extendida ciudad, baja, chata, en la que los tejados oscuros contrastaban con las cúpulas relucientes de las iglesias. Una verja de hierro rodeaba todo el perímetro de la quinta. En 1896 la viuda de Lezama (muerto unos años antes), vendió el parque a la Municipalidad, con la condición de que lleve el nombre de su esposo.

A fines del siglo pasado la antigua quinta, de alrededor de 80.000 metros cuadrados, se convirtió en paseo público y sede del Museo Histórico Nacional, que conserva valiosas colecciones.

Con el correr de los años el paseo público se transformó en un lugar con una animada actividad social. Contaba con un pequeño tren, calesita, lago artificial, tambo, teatro al aire libre, pabellón para banquetes, circo, anfiteatro, un restaurante y un cinematógrafo, el primero que funcionó en el barrio de San Telmo.

En 1931 se sacó la verja que rodeaba al parque. Algunas crónicas dicen que algunos asaltantes, cuando eran perseguidos por la policía, lo escalaban hábilmente encontrando refugio. A partir de entonces el paseo fue completamente libre, ya que antes era abierto al público solamente los jueves y domingos.

En 1936 se erigió allí el Monumento a la Cordialidad Internacional, tributo con que Montevideo rindió homenaje a la Reina del Plata cuando cumplió cuatrocientos años. El monumento, ubicado en sobre la Av. Martín García, está construido en bronce y tiene motivos alusivos a la conquista, la flora y la fauna de las tierras del Plata.

En 1938, con la construcción de diversas obras complementarias el parque tomó su aspecto actual. Entre estas obras podemos mencionar la fuente que da a Brasil en el sitio del antiguo anfiteatro; el monumento a Pedro de Mendoza y el busto al alemán Ulrico Schmidel (acompañante de Don Pedro de Mendoza y primer cronista de Buenos Aires.

Pero el parque no es sólo recuerdos, lo que también se destaca es su gente, las muchedumbres que lo visitan dándole vida y movimiento, creando y enriqueciendo su historia periódicamente.

Por su feria artesanal cosmopolita desfilaron stands de las más diversas culturas, desde indígenas y africanos hasta rusos y cubanos. En ella se pueden encontrar una multiplicidad de artículos artesanales: están los hechos con metales, cuero, piedras; además de los cuadros, pinturas, souvenirs y casas coloniales de adorno.

Frente al Parque se encuentra la iglesia rusa, una de las más hermosas de Buenos Aires por su colorido y su cúpula redonda. El Lezama, es una caja de sorpresas, un espacio que nuclea incontables historias.

Antonio J. Bucich, investigó y narró la vida del parque, Ernesto Sábato inició su célebre novela Sobre Héroes y Tumbas con Martín -uno de los personajes- sentado en uno de los bancos cerca de la estatua de Ceres. Estanislao del Campo lo mencionó en su Fausto. En este histórico parque se asentó el primer depósito de pólvora, el primer molino de viento y el primer horno para fabricar ladrillos de la ciudad.

Pero el parque es historia y futuro por otros bienes incambiables, por la belleza de su paisaje y la calidez de sus visitantes. Aquí encontramos niños que corretean sus jardines, jubilados que disfrutan jugando a las cartas, damas o ajedrez, o de las esculturas o la fuente. Parejas que tejen sueños y palabras sopladas por el viento. En este parque entrelazamos una magia interna única.

Todos esperamos que este lugar siga siendo público, que no haya que atravesar verjas para visitarlo o pagar entrada. Por supuesto que merece la mejor atención y cuidado posible. Es necesario cuidar uno de los espacios más ricos de la ciudad. Por su historia, por su memoria y por las tantas alegrías que dio y sigue dando a sus visitantes. Es de esperar que los versos de Baldomero Fernández Moreno: "He ido a ver el parque de Lezama en el atardecer de un día cualquiera, / y me he encontrado uno diferente al que por tantos años conociera", no se transformen en la pérdida irreparable de uno de los lugares más cálidos de Buenos Aires.


EL PARQUE LEZAMA
(1941) 
Baldomero Fernández Moreno
He ido a ver el parque de Lezama
en el atardecer de un día cualquiera,
y me he encontrado uno diferente
al que por tantos años conociera.
Era aquél un jardín ya carcomido
por lloviznas y líquenes y amores,
flexuoso de raíces y de lianas
y envenenado por extrañas flores.
Contraluces de manos vagarosas
de caricias visibles o furtivas.
Generaciones, ¡ay!, que en él buscaron
frondas podridas para bocas vivas.
Cuando la noche lo llenaba todo
y cuajaban en ella las parejas,
erguidas en recónditos senderos
o desmayadas en las altas rejas.
No está siquiera aquel jarrón de bronce
en que cierto crepúsculo dorado
pusimos los levísimos sombreros
y unos versos leímos de Machado.
"A ti, Guiomar, esta nostalgia mía..."
Y en la tarde agravada tu voz honda
estremecía la hoja de los árboles
y el cristal de la brisa y de la onda.
Era hora de estrella y media luna,
de pío agudo, de croar de rana,
de guardián gigantesco y solapado
y de visera en la pelambre cana.
Cada estatua era Venus palpitante,
cada palmera recta era el Oriente,
mientras afuera el tránsito zumbaba
su ventarrón de coches y de gente.
Cuando se entrecerraba la corola
sobre la dulce gota del estigma,
cuando se ahondaban como dos aljibes
en mí la ingenuidad y en ti el enigma.
Ni la vieja escalera de ladrillos
húmedos, desgastados y musgosos.
Todo es argamasa y pedregullo
y barnices espesos y olorosos.
Patricio, enhiesto parque de Lezama
cortado y recortado a mi deseo,
verdinegro por donde te mirase
salvo el halo de oro del Museo:
desde un bar arco iris te saludo
ahito de café y melancolía,
dejo en la silla próxima una rosa
y digo tu elegía y mi elegía.



Ph: Pablo Corrales












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