En los albores del siglo XX Buenos Aires comenzó a delinear el perfil
industrial que durante casi 100 años caracterizaría a los barrios aledaños al
puerto. Fue allí, en el núcleo fabril de La Boca, donde se decidió emplazar el
edificio que albergaría a la Ítalo Argentina de Electricidad, un “palacio de la
luz”, acorde a la nueva estética industrial de la época, capaz de satisfacer la
creciente demanda de energía de la ciudad. El trabajo fue encargado al
arquitecto Giovanni Chiogna, un italiano de Trento con influencias
neorrenacentistas y florentinas del norte de su país.
El edificio, ubicado entre la Av. Pedro de Mendoza y la calle Senguel
(Benito Pérez Galdós desde 1920), comenzó a construirse a fines de mayo de 1914
con un diseño con reminiscencias a un palacio florentino, estilo dominante en
las construcciones de iglesias y fábricas de la época. Desde sus orígenes, la
Usina marcó un hito en el paisaje urbano: en el pasado, por su escala y
monumentalidad (con una superficie total de 7.500m2) potenciada en un entorno
desolado, y en el presente, por su calidad, singularidad y color.
Su construcción fue por etapas. La primera fue la del cuerpo edilicio de
Pedro de Mendoza y Pérez Galdós, inaugurado en 1916, un edificio rectangular
con basamento de piedra gris, muro de ladrillos con ornamentos pétreos y
ventanas uniformes, que encerraba dos grandes naves paralelas -una para
calderas (el actual auditorio sinfónico) y la otra para turbinas (hoy, Nave
Mayor)- y otros dos cuerpo paralelos para servicios auxiliares y oficinas. En
su exterior, el edificio aparentaba tres niveles: planta baja, planta principal
y altillo. El prisma se quebraba en las esquinas del edificio, en una de las
cuales se elevaba una torre almenada, y en la otra se hallaba la ochava del
acceso.
Ya en 1916 y en 1919 se habían efectuado algunas ampliaciones al edificio
original, pero fue en dos etapas posteriores de crecimiento que la Usina
alcanzó su forma final: la construcción de un segundo edificio, más angosto y
pequeño que el primero, con una torre con techo de tejas a cuatro aguas,
separado del original por medio de una calle interior, y la prolongación de la
nave de generación hasta la calle Caffarena. Así, en la esquina con Pedro de
Mendoza, quedó conformada como un gran atrio de acceso, un “patio de honor”,
con una magnífica torre-reloj y una escalera artística desde el suelo hasta el
primer nivel, que datan de 1926. La calidad de la obra se acrecienta con los
detalles: las fachadas internas, revestidas en piedra París, con basamento
granito; las molduras y capiteles, hoy restauradas, de gran valor patrimonial,
y los balcones del anexo Pedro de Mendoza, con sus barandas originales.
Pese a las dificultades causadas por la I Guerra Mundial, la empresa
pudo llevar a cabo su proyecto cumpliendo un plan preciso y eficaz. Al
inaugurarse la usina de Dársena Sur, la empresa ya poseía una red central, con
5 usinas de generación de corriente continua de 225 voltios que, al mismo
tiempo, actuaban como sub-usinas de transformación y de reserva. El sistema de
generación de cada usina estaba constituido por una batería de motores de
combustión interna (sistema Diesel) que accionaban las dínamos. Esa corriente
era distribuida por medio de cables, abastecía a la red domiciliaria,
suministraba alumbrado público y también proveía de flujo eléctrico al Puerto
Madero. La nueva usina venía a ser no solo un crecimiento lógico del proyecto
industrial, sino también la “nave insignia” de la compañía, su primera
“catedral eléctrica”. Y la obra maestra de Giovanni Chiogna.
Ph: Pablo Corrales
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